Cine · Críticas de Películas

Crítica de ‘Morir’ de Fernando Franco

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El cine como experiencia dolorosa

Es una lástima que a la hora de escribir sobre una película española tengamos que hacer tan a menudo algún tipo de reivindicación. Pero tenía que empezar la crítica de Morir con una reflexión general sobre el cine español. Algo falla en la industria de nuestro cine cuando es casi una norma la gran dificultad por la que la mayor parte de los directores (salvo una cada vez más pequeña minoría consagrada) pasan para hacer una película. Este hecho se agrava cuando se trata de la segunda película de un director novel para los que parece que hay algo más de manga ancha (buscando al nuevo gran director que llene las salas en cada proyecto). Fernando Franco rodó la espléndida La Herida, ganó un Goya y las opiniones sobre su trabajo fueron casi inmejorables y aún así han pasado 4 años para poder ver su siguiente trabajo tras la cámara.

En Morir vuelve a trabajar con Marian Álvarez (que también ganó un Goya con La Herida) en una película íntima con pocos personajes – casi se puede decir que ella y Andrés Gertrudix (Qué Dios nos perdone, 10000 Noches en ninguna parte) son los únicos que aparecen en pantalla, en un gran duelo interpretativo consiguiendo con su trabajo no llegar nunca a traspasar la fina linea del morbo.

La acción está enmarcada por dos viajes de vacaciones. El primero en el que la pareja es libre hasta que él revoluciona todo para siempre con la confesión de su enfermedad y uno, al final del guión, en el que todo es distinto. Entre ellos presenciamos un viaje emocional profundamente seco por los distintos pasos que sufren las personas que son diagnosticadas con una enfermedad mortal y su entorno.

No es la primera película que trata sobre una persona destinada a morir, pero si que es de las más dolorosas de ver por su extremado cuidado en los detalles y la verosimilitud de las interpretaciones. Aportan también su grano de arena la cuidada e invisible dirección de arte de Miguel Ángel Rebollo y la gran fotografía de Santiago Racaj que aporta un par de momentos brillantes como en el que en la oscuridad se alcanza a ver la mirada furtiva de uno de los miembros de la pareja observando al otro durmiendo y en la que se puede ver en tan sólo un instante como da mil vueltas en la cabeza a problemas y sentimientos encontrados.

Hay algún momento, es de agradecer entre tanto dolor, que al personaje de Marian Álvarez se la permite una válvula de escape en el que respirar. Lo hace reaccionando de manera extraña, tanto en la escena del bingo (un sitio donde el tiempo nunca pasa), como en las que comparte con otras personas que no sean su marido. En ellas se siente la enorme tensión que sufre, el ansia por salir corriendo y gritar. En una situación normal puede que no hubiera tomado alguna de las decisiones que toma pero ¿Cómo se debe reaccionar ante algo así? No creo que haya una única respuesta y por supuesto no hay un bien o mal absoluto.

Cualquiera que haya vivido un momento con un ser querido en un hospital puede reconocer en la película lo extremo, por veraz y por tanto de doloroso, de los silencios no queriendo herir al otro, de los enfados, del tiempo suspendido -que parece no pasar pero es implacable-, del «no tiempo» en el que parece que estas encerrado -sobre todo en el hospital donde no se ve el exterior y por tanto no hay casi constancia de si es de día o de noche-. No es que veamos el desenamoramiento de una pareja sino que es inevitable, ante lo inevitable, que todo cambie.

Quedaba por ver como Fernando Franco decidía mostrar el desenlace y lo ha hecho respetando el espíritu de la película. No tiene ningún pudor en mostrar el dolor, el miedo y la compasión. Pero eso si, deja ver cómo vuelve a amanecer, a salir el sol y ese pequeño epílogo puede ser tan triste como todo lo visto hasta entonces. La vida sigue puede ser una de las frases más terribles.