Cine · Críticas de Películas

Crítica de ‘El Hilo Invisible’ de Paul Thomas Anderson

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Aroma de cine clásico en otra obra maestra de P. T. Anderson

La historia de una casa de modas, que viste a la gente que acude a palacio, a través de su creador, es el entorno que envuelve la lucha de egos entre los dos protagonistas que comienza nada más verse y que sólo tiene el contrapunto de Ciryl la hermana del protagonista y de la constante presencia silenciosa de la madre de ambos (dos «personajes» de clara inspiración Hitchcockiana). La espontanea camarera Alma enseguida se revela como el siguiente entretenimiento del narcisista Reynolds Woodcock y le desafía en una lucha de miradas. A partir de ahí el amor es visto como una batalla en la que nadie sale vencedor.

Oír que Daniel Day-Lewis se retira después de El hilo invisible es una auténtica desgracia para el cine. Uno de los mejores actores de su generación (Mi pie izquierdo, En el nombre del padre, La edad de la inocencia, Pozos de ambición…) hace, aunque parezca exagerado, uno de sus mejores trabajos, lleno de sutilezas en cada gesto y mirada y haciendo algo que se ha perdido en el mundo de la interpretación. Lewis otorga al personaje del modisto perfeccionista hasta el delirio, la fisicidad y verosimilitud de un verdadero maestro de la moda, siendo creíble en cada pespunte o toma de medidas de una modelo.

Woodcock define claramente su personalidad cuando dice que el no se puede casar «porque el hace trajes«. Es un genio, el mejor, un artista y lo es a tiempo completo, nada se le pone en su camino. La reflexión sobre el mundo del arte y la relación de la obra con su autor es, como no podía ser de otra forma tratándose de Anderson, compleja. ¿Acaba la pertenencia de una obra a su autor con su venta? ¿Cuando se sabe que un trabajo está acabado?

Cambiar a alguien para que este contigo nunca es una buena opción y menos a alguien que lleva dentro tantos traumas como él. A no ser que quieras llevar la pugna hasta las últimas consecuencias algo que el personaje interpretado por una casi desconocida Vicki Krieps parece tener muy claro. Ella quiere el sitio que se merece pagando el precio que sea necesario.

Puede que El Hilo Invisible sea el trabajo más accesible para el gran público de Paul Thomas Anderson y lo ha conseguido siendo fiel a sí mismo con un extremado refinamiento de estilo. También es su película más clásica, puede que menos arriesgada, pero finalmente una obra maestra en la que cada plano es necesario y aporta información y corroborando que el californiano es el director actual que mejor recoge la tradición de los clásicos, siendo a la vez completamente personal y manteniendo el sello de autor. Puede que hayamos llegado a la clave de la postmodernidad en la que el respeto por los clásicos se equilibra con la personalidad de los nuevos creadores, dejando a un lado copias y simples guiños.

La magnífica música de Jonny Greenwood (que acompaña a Anderson desde Pozos de Ambición) funciona como hilo conductor del relato, guiando la acción con las composiciones «más clásicas» del guitarrista de Radiohead.

Conviene no desvelar demasiado de la trama y la resolución de Phantom Thread, como se titula de manera más acertada en su versión original, porque saber quien sale vencedor y quien lo hace con menos golpes es parte del misterio de este El Hilo Invisible.

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