Nada da más miedo que la cruda realidad
La séptima temporada de American Horror Story -subtitulada Cult– ha terminado dejando la sensación de haber recuperado el pulso de sus dos primeras entregas, sin duda las mejores de esta saga de terror que parece un poco menospreciada por la crítica. Y lo ha hecho siendo la más realista de todas ellas. Porque ¿qué da más miedo que la realidad?. En esta ocasión la trama se desarrolla a partir de la noche electoral en la que Trump es elegido presidente de Estados Unidos. Nada de elementos sobrenaturales, pero si brutales asesinatos, traiciones, venganzas bajo el tema principal que se destaca ya en el título, las sectas.
El protagonismo ha sido menos coral que nunca, recayendo el mayor peso en los habituales Sarah Paulson y Evan Peters. Qué lujazo para un actor estar en nómina de una serie así, que da la posibilidad de interpretar personajes tan diferentes. Si no que se lo digan a Peters, que en esta ocasión además ha encarnado varios personajes como Andy Warhol y Charles Manson (extraña coincidencia la muerte de este último 5 días después de la emisión del último capítulo). Aunque echamos de menos a dos actores míticos de la saga como Jessica Lange y Denis O´Hare, los cameos han completado la nómina de un casting acertadísimo. Sobresale la aparición estelar de Lena Dunham como Valerie Solanas, un personaje que no le puede ir mejor a la creadora de Girls. La escritora feminista que disparó a Andy Warhol tiene todo un capítulo dedicado a su vida. Con esta historia paralela de la principal, al igual que con la de los asesinatos de Manson, se añaden matices a un guión complejo que aparte de las tramas principales toca otras como la supremacía blanca, el feminismo o la manipulación de los medios de comunicación.
Los mejores momentos de la serie han coincidido con la capacidad de manipulación de Kai (Evan Peters) capaz de mentir y poner de su lado a cualquiera (incluso matando y muriendo en su nombre) y su ascenso en política. Inquietante y a la vez creíble que una persona así (sus semejanzas con el actual presidente norteamericano ponen los pelos de punta) pueda adquirir poder siendo elegido por el pueblo.
Si hay que ponerle algún pero, sería un final algo acelerado. En sus dos últimos capítulos se «soluciona todo» cuando poco antes parecía casi imposible. Y sobre todo nos chirría la decisión de guión de inclinarse por la enfermedad mental como explicación del comportamiento del protagonista, limitando su resonancia en la actualidad y su credibilidad como hecho real. No parece que los creadores en la primera parte de la temporada tuvieran esa intención, más bien todo lo contrario, buscaban los paralelismos con la vida real. No hace falta tener una psicopatía para ser un triunfador que pasa por encima de quien sea para imponer sus ideas. Y ejemplos en la vida los hay por todos lados.
Nos espera al menos una octava temporada en la que se ha filtrado que se seguirán estableciendo nexos entre todas las entregas. Quién sabe si se recuperará uno de los rumores que más se escucharon otros años de desarrollarse en parte en un crucero en alta mar.
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